Maria Sklodowska-Curie acababa de entregar el informe final de su trabajo sobre la imantación de los aceros templados cuando nació su hija Irène en septiembre de 1897. Pero ni ella ni su marido se plantearon la posibilidad de que la llegada al mundo de la nueva personita pusiera punto final a la incipiente carrera científica de la madre primeriza. Muy al contrario, cuando se recuperó del parto, Marie, como era conocida en Francia, se marcó un reto mucho más ambicioso: obtener el grado de doctor en Física, algo que no había conseguido ninguna mujer en los más de seiscientos años de historia de la Universidad de la Sorbona.