Una taza de té forma parte de la esencia de Gran Bretaña casi tanto como la monarquía, los autobuses de dos pisos, las cabinas rojas, los Beatles, los pubs o el 'fish and chips'. Todas cosas más o menos intocables. Pero una química estadounidense llamada Michelle Francl ha tenido la osadía de sugerir agregar una pizca de sal al té para obtener una bebida perfecta. El atrevido consejo ha desatado una tormenta de reacciones airadas entre los británicos, absolutamente escandalizados con la idea. La polémica ha llegado tan lejos que hasta la embajada de Washington en Londres ha intervenido para asegurar, irónicamente, que la propuesta «impensable» «no es una política oficial de Estados Unidos. Y nunca lo será».