Más de una vez te habrá sucedido. Caminas por la calle y te cruzas con una madre empujando un carrito con un niño. Cuando se acercan, te das cuenta de que algo no cuadra. El niño parece demasiado grande y viaja en una postura extraña: las extremidades retorcidas en ángulos imposibles, el cuello levantado, la mirada perdida. Tus ojos, incomodados, desfilan rápido por ese cuerpo maltrecho para posarse sobre la madre que empuja el carro como si no tuviera ruedas, como si fuera un cajón cargado con años de penas, incertidumbres, largas esperas, lagunas de ignorancia y pena. Una vez han pasado de largo, sigues tu camino. Probablemente, tardes poco en olvidar el encuentro.